miércoles, 6 de diciembre de 2006

LA REVOLACION CHINA

Revolución nacionalista en ChinaÉpoca: Anticolonialismo A-AInicio: Año 1914Fin: Año 1945Antecedentes El fracaso de China

El mismo Malraux, en su ensayo La Tentación de Occidente que publicó en 1926, veía a Europa como "un enorme cementerio donde no duermen sino conquistadores muertos", como un conjunto de "sombras ilustres", como una "raza desesperada". Malraux creía, pues, que Europa estaba agotada. Como revelarían sus novelas Los conquistadores (1928) y La condición humana (1933), la revolución que él quería tendría por escenario Asia. Y en efecto, la revuelta de Asia se completó en la década de 1920. En Turquía, tras abolir el sultanato y el califato y proclamar la República, Kemal introdujo, bajo un sistema presidencialista que él mismo presidió hasta 1938, el sufragio universal (para varones mayores de 18 años), el sistema parlamentario, aunque con elecciones indirectas y en un régimen que era en la práctica de partido único, del Partido del Pueblo. Kemal, además, secularizó el Estado y occidentalizó la sociedad, imponiendo la emancipación de las mujeres, el vestido occidental -el sombrero pasó a ser símbolo del progreso-, el alfabeto latino, el sistema patronímico occidental y el sistema métrico decimal: en 1933, inició un ambicioso programa dé industrialización bajo control del Estado. En Persia, Reza Khan (1877-1944), un militar nacionalista, cumplió un papel análogo. Dueño del poder por un golpe de fuerza desde 1921, depuso al Shah (1925) y, ante la oposición a la república del clero Shiita, entronizó su propia dinastía, a la que denominó Pahlévi. Reza hizo de Persia, a la que en 1935 redenominó Irán, un país moderno. Reorganizó el Ejército, la educación y la administración del Estado, introdujo el sistema judicial francés (1927), inició la industrialización y la construcción de infraestructuras modernas (ferrocarriles, carreteras), limitó el poder del clero y renegoció con Gran Bretaña en términos favorables para su país los acuerdos de explotación del petróleo firmados a principios de siglo. Pero la revolución que la fantasía aventurera de Malraux soñaba, iba a ser muy diferente. Se localizó en China, fue resultado de una historia compleja e imprevisible y tuvo ciertamente el destino a la vez heroico y trágico que Malraux creía consustancial a las revoluciones. Ante todo, la dictadura de Yuan Shikai había hecho imposible que la revolución de 1911 desembocase en un régimen constitucional y liberal. Luego, durante la guerra mundial, Japón había impuesto con las llamadas 21 condiciones ante las que China tuvo que capitular, un especie de protectorado económico -ampliando sus derechos sobre Manchuria, Shandong y Fujian- lo que había generado una intensa reacción nacionalista particularmente notable en las provincias del Sur. En esas circunstancias, que desacreditaron profundamente a la dictadura, la muerte de Yuan Shikai en junio de 1916 abrió una gravísima crisis de Estado que se prolongó durante 12 años, al hilo de la cual se hizo posible primero y se decidió después el destino de la revolución malrauxiana. La muerte de Yuan provocó la desintegración del poder central y la afirmación de la autoridad territorial autónoma de los jefes militares de las regiones, de los señores de la guerra como se les denominó, a veces simples bandidos, hombres como Yen Hsi-shan, que retuvo su autoridad sobre la provincia de Shanxi hasta 1949, o como Chang Tsung-ch'ang, el gobernador militar de Shandong, o Ma Hung-kuei, señor del noroeste de China, Chang Tsolin, de Manchuria, o Feng Yü-hsiang, el general cristiano que mandaba en otra región del Norte. Un poder nominal chino continuó existiendo en Pekín, donde se sucedieron gobierno tras gobierno (hubo incluso un intento frustrado de restaurar al Emperador Pu-Yi), que en la práctica no ejercían autoridad ni siquiera sobre su entorno territorial. En el Sur, en Wandong (en Cantón), se produjo una secesión de hecho al restablecer Sun Yat-sen, exiliado durante la guerra, con apoyo de los jefes militares de la región, un gobierno republicano que rechazó la autoridad de Pekín y se autoproclamó como el único gobierno legítimo de China. El país estaba literalmente arruinado: guerras interprovinciales, bandidismo, hundimiento del comercio interior, destrucción de las vías de comunicación, hambre, miseria rural, colapso total de las grandes ciudades y puertos destruyeron la economía y todo el orden social y político. Shanghai, carente de todo control, se transformó en el centro mundial del tráfico de opio y de toda clase de drogas bajo el dominio del hampa local. La reconstrucción de China, al hilo de la cual surgiría la posibilidad de la revolución comunista, fue el resultado de la doble revolución cultural y política que se gestó en los mismos años de caos y confusión que siguieron a la dictadura de Yuan Shikai, como reacción precisamente al proceso de degeneración política y social y a la situación de vacío de poder que se habían creado. La revolución cultural, el renacimiento chino como lo llamó uno de sus inspiradores, el filósofo y ensayista Hu Shih (1891-1962), fue básicamente una revolución de intelectuales y estudiantes, muchos de ellos, como el propio Hu Shih, educados o en Estados Unidos o en los colegios de las misiones religiosas extranjeras. En términos filosóficos, supuso una reacción contra la influencia del pensamiento y la filosofía confucianos, como responsables de la decadencia nacional y fundamento del orden tradicional chino. En términos lingüísticos y literarios, fue una ruptura con los escritores clásicos y con la lengua clásica, e impulsó la creación de una nueva literatura y el uso literario de la lengua vernácula y cotidiana, con el fin de abordar la verdadera realidad de la sociedad china contemporánea, tal como hizo, por ejemplo, Lu Hsun (1881-1936), el autor de Diario de un loco, el gran escritor chino de su generación. La revolución cultural tuvo su centro en la Universidad de Pekín, que subsistió precariamente gracias al esfuerzo de su rector, Tsai Yuan-pei, un antiguo ministro de educación que aglutinó a un núcleo de profesores notables, como Hu Shih y Chen Duxin (1879-1942), el decano de la Facultad de Letras, director de La Nueva juventud, revista crítica de toda la cultura tradicional, e impulsor de una Sociedad para el Estudio del Marxismo. Pero se extendió a partir de 1920 a otras universidades y centros del país (en Nankín, Tientsin, Shanghai y otras localidades), muchos de ellos privados y los más, financiados por capital norteamericano. Por debajo de la descomposición política y social, la China de los años 1919-1928 fue un hervidero de incitaciones intelectuales. A modo de ejemplo, en 1919 la Universidad de Pekín invitó al filósofo norteamericano John Dewey, principal exponente del pragmatismo filosófico y de las ideas liberales y democráticas de su país, a pronunciar algunas lecciones: permaneció dos años en China y dio unas 150 conferencias por todo el país. El renacimiento cultural chino adquirió dimensión política cuando el 4 de mayo de 1919, como protesta por la adjudicación a Japón en el Tratado de Versalles de las antiguas concesiones alemanas en China, profesores y estudiantes de la Universidad de Pekín organizaron grandes manifestaciones de protesta, prolongadas con huelgas y nuevas manifestaciones en Shanghai, Cantón y otras ciudades importantes. El Movimiento del 4 de mayo reveló la profunda conciencia a la vez nacionalista y reformista de la elite intelectual y universitaria. Un hecho, pues, resultaría evidente desde ese momento, como ya observara Dewey: la China caótica y desvertebrada de los señores de la guerra era incompatible con la China del renacimiento intelectual y nacionalista. La revolución política nacional tuvo su centro en el Sur, en el régimen que Sun Yat-sen había logrado estabilizar en Cantón. Depuesto en 1922 por uno de sus jefes militares, Ch'en Chiu'ng-ming, Sun Yat-sen reorganizó el Guomindang -unos 150.000 afiliados-, buscó por razones tácticas la cooperación con la Internacional Comunista, que desde el congreso de Bakú del verano de 1920 había incluido a China como uno de los objetivos del movimiento de liberación de los pueblos oprimidos, y tras recuperar el poder en Cantón en 1923, fusionó el Guomindang con el minúsculo Partido Comunista Chino, que se había creado en Shanghai en julio de 1921 por iniciativa de intelectuales y jóvenes vinculados al movimiento del 4 de mayo (Chen Duxin, Li Dazhao, el bibliotecario de la Universidad de Pekín, Mao Zedong, su ayudante, Peng Pai u otros). El objetivo era lograr la unidad nacional, como quedó explicitado en el acuerdo que en enero de 1923 firmaron Sun Yat-sen y el representante de la Internacional Adolf Joffe. Como aspiraciones ideales, se adoptaron aquellos mismos "tres principios del pueblo" -nacionalismo, democracia, bienestar popular- que Sun Yat-sen había desarrollado mucho antes, a principios de siglo. El programa del nuevo Guomindang, redactado por el agente soviético Mijail Borodin, garantizaba las libertades constitucionales esenciales, planteaba una redistribución igualitaria de la tierra y la nacionalización de empresas privadas nacionales y extranjeras de carácter monopolista (bancos, ferrocarriles, marina mercante); prometía también la anulación de todas las concesiones comerciales y portuarias hechas a los países extranjeros. Los asesores soviéticos hicieron del nuevo Guomindang un partido centralizado y disciplinado al estilo del Partido Comunista de la URSS. En mayo de 1924, fundaron la Academia Militar de Whampoa para reorganizar al ejército chino, bajo la dirección de Chiang Kai-shek (o Jiang Jiehi, 1887-1975), un militar nacionalista, ascético y enérgico, con un joven comunista de origen acomodado, Zhou En-lai (1898-1976) como director político del nuevo centro. La URSS envió instructores militares, agentes políticos, armas en abundancia y fondos cuantiosos. Los comunistas implantaron sus organizaciones políticas y sindicales en las principales ciudades y en algunas zonas rurales. El Ejército del Guomindang, bajo el mando de Chiang Kai-shek, líder del partido a la muerte de Sun en 1925, inició así, en 1926, la reconquista del país, la "campaña del Norte", precedida en muchos puntos por huelgas y manifestaciones desencadenadas por el Partido Comunista. Las columnas del propio Chiang avanzaron por el interior, tomando la provincia de Hunán, y luego, Hankón y Wuchang (octubre de 1926). Las columnas comunistas, dirigidas por Borodin, penetraron por la costa hasta Shanghai y Nankín, que tomaron en marzo de 1927: el posterior avance sobre Pekín fue detenido por las tropas japonesas estacionadas en puertos cercanos. Inesperadamente, el 12 de abril de 1927, Chiang dio un golpe de Estado contra la izquierda del Guomindang y contra los comunistas, arrestando y ejecutando a varios miles de ellos (a veces, como en Shanghai, con apoyo del hampa). Los consejeros rusos fueron expulsados. La insurrección que los comunistas intentaron organizar en Cantón y otros puntos fue aplastada. La revolución china, la revolución de Malraux, había fracasado. Sólo algunos dirigentes comunistas (Mao Zedong, Zhu De, Zhou En-lai) lograron sobrevivir; se refugiaron en las montañas del interior de la provincia de Hunán y desde allí, organizaron un llamado "ejército rojo" e iniciaron, sobre la base del apoyo campesino, la resistencia guerrillera contra el régimen de Chiang. Este relanzó su ofensiva sobre el Norte, en colaboración incluso con algunos de los antiguos "señores de la guerra". Tras nuevos choques con tropas japonesas, Pekín fue ocupado el 8 de junio de 1928 (aunque Chiang estableció la capital en Nankín). Parte de Manchuria continuaba bajo ocupación japonesa. Seguía habiendo fuerzas extranjeras en los puertos y localidades que les habían sido concedidos en el pasado. Ni todos los "señores de la guerra" ni el puro bandidismo habían sido o sometidos o exterminado. Pero en apenas tres años, Chiang Kai-shek había conseguido la reunificación de gran parte de China. Militante del Guomindang desde antiguo, Chiang creyó siempre que sólo la fuerza militar podría garantizar la unidad china y la independencia nacional. Dueño de la situación, estableció un régimen presidencialista y militar, que, a veces, en los años treinta, adquirió connotaciones fascistizantes, como cuando creó la organización de Camisas Azules, al estilo de los partidos fascistas europeos, o luego en 1934, cuando se organizó el Movimiento de Nueva Vida para educar a la sociedad en las viejas virtudes -sentido moral, cortesía, austeridad- de la tradición china. Aunque en 1931 se aprobó una Constitución que establecía la división de poderes -los tres clásicos: ejecutivo, legislativo y judicial, más dos inspirados en ideas de Sun Yat-sen: el de control y el de exámenes- fue de hecho Chiang quien, con el apoyo del Ejército, ejerció realmente el poder, asumiendo la jefatura del gobierno y la del Guomindang, único partido autorizado. Chiang Kai-shek modernizó el aparato administrativo del Estado: los ministerios, los presupuestos, las academias militares, los códigos civiles y comerciales, etcétera. Se introdujo un moderno sistema bancario y financiero: se creó un tipo de papel moneda uniforme para todo el país. Se iniciaron grandes obras públicas: obras hidráulicas, construcción de miles de kilómetros de ferrocarriles y carreteras, teléfonos, telégrafos, líneas aéreas, repoblación forestal. La reforma agraria del programa del Guomindang no fue, por el contrario, ni siquiera abordada. Pero la producción industrial y minera (carbón, hierro, estaño), buena parte de ella de capital extranjero, creció notablemente: el índice de la producción pasó de 100 en 1933 a 110,4 en 1937. El gobierno, no obstante el control que ejerció sobre la vida intelectual en grave detrimento de la cultura, hizo también un ingente esfuerzo educativo lo mismo en enseñanza primaria y secundaria que en el ámbito universitario. China tenía en 1933 cuarenta universidades y veintinueve escuelas técnicas; la biblioteca nacional de Pekín, construida merced a donaciones norteamericanas, era una de las mejores de Asia. El régimen de Chiang fue obsesivamente anticomunista, reprimió con dureza extrema a las células clandestinas del Partido y a sus hipotéticos colaboradores y simpatizantes, y lanzó varias ofensivas militares para acabar con la guerrilla comunista. Era dudoso, sin embargo, que los comunistas constituyeran una verdadera amenaza. La represión de 1927 había reducido sus efectivos de unos 60.000 a unos 30.000. En diciembre de 1931, Mao Zedong había fundado una república soviética en la provincia de Jiangxi, en el sur, pero cercados por las tropas gubernamentales, los comunistas debieron emprender (octubre de 1934 a octubre de 1935) una "larga marcha" de unos 10.000 kilómetros, primero hacia el oeste y luego hacia el norte, en la que perdieron unos 100.000 hombres (aunque con lo que restó del "ejército rojo", Mao pudo estabilizarse y reorganizar la resistencia en la provincia de Shaanxi). Menos aún eran un problema para la nueva China las potencias occidentales. Ya en la Conferencia de Washington de 1922, se había firmado a iniciativa de Estados Unidos -país que de antiguo venía manteniendo una especial actitud hacia China para contener el expansionismo japonés y europeo- un tratado (suscrito por Gran Bretaña, Francia, Italia, Bélgica, Holanda, Portugal, China, Japón y Estados Unidos) por el que se garantizaba la soberanía e integridad territorial de China. En 1924, la Unión Soviética renunció a sus derechos de extraterritorialidad y a las concesiones portuarias que la Rusia zarista había arrancado a China. Estados Unidos entregó ese mismo año al gobierno chino 6 millones de dólares como indemnización por la guerra de los boxers. Inglaterra entregó en 1927 las concesiones en Hanken y Kinkiang (después de que el año anterior hubiera huelgas y manifestaciones de inspiración comunista contra la presencia de barcos ingleses en Shanghai y Cantón); en 1930, devolvió Weihaiwai. Entre 1928 y 1930, China pudo renegociar todos los tratados comerciales y recobrar su plena autonomía aduanera. El gran problema para China seguía siendo Japón. Chiang, convencido de la superioridad militar japonesa y de que la prioridad militar de su régimen era acabar con la guerrilla comunista, quiso eludir tensiones y prefirió ignorar las presiones irredentistas del nacionalismo chino sobre Manchuria y sobre los restantes enclaves ocupados por los japoneses, si bien en 1928 se decretó un boicot a los productos japoneses para protestar por las intrusiones de Japón durante el avance hacia el Norte de los años 1926-27 (que ya quedaron mencionados). La realidad de la amenaza japonesa se precisó en 1931. Tres años antes, oficiales del Ejército japonés estacionado en Kuantung (sur de Manchuria) habían ya provocado un gravísimo incidente al asesinar el 4 de junio de 1928 al gobernador de la Manchuria china, Chang Tsolin. Ahora, el 18 de septiembre de 1931, con el pretexto de la explosión que se había producido en una línea de ferrocarril en Mukden al paso de tropas japonesas que realizaban ejercicios de maniobras, el mismo Ejército de Kuantung atacó y ocupó varias localidades chinas y poco después, febrero de 1932, completó la ocupación de toda Manchuria. Además, Japón desembarcó en Shanghai un cuerpo expedicionario de 70.000 hombres (28 de enero-4 de marzo de 1932) y obligó a China a establecer un área desmilitarizada en torno a la zona internacional del puerto y a poner fin al boicot iniciado en 1928. Pese a las condenas internacionales -primero de Estados Unidos, luego de la Sociedad de Naciones-, Japón creó en Manchuria el Estado títere de Manchukuo y colocó a su frente al ex-Emperador chino Pu -Yi, con consejeros y ministros japoneses. Lejos de oír las recomendaciones de la asamblea general de la Sociedad de Naciones (24 de febrero de 1933), que negó el reconocimiento al nuevo Estado y exigió el cese de las acciones militares, Japón ocupó otra provincia, la de Rehe, amenazando Pekín, y trató de forzar a China, tras firmarse un armisticio en mayo de 1933, a transformar las provincias del norte en regiones autónomas desmilitarizadas, o sea, en una suerte de protectorado japonés. La agresión japonesa provocó una fuerte reacción nacionalista en toda China, que iba a condicionar el futuro del régimen de Chiang y, lo que sería más importante, toda la historia posterior del país y aun de Asia. Los comunistas ofrecieron en agosto de 1935 el cese de la acción guerrillera y la formación de un frente nacional antijaponés, propuesta que por su sentido nacional, encontró favorable acogida en sectores del Ejército, aunque no en Chiang. La presión de la opinión a favor de una nueva guerra contra Japón, expresada a veces ruidosamente, fue haciéndose cada vez mayor. En octubre de 1936, Japón presentó nuevas demandas: incorporación de asesores japoneses al gobierno chino, formación de brigadas militares mixtas, reducción de aranceles, autonomía para cinco provincias del norte y otras. El 12 de diciembre, durante una visita a Xian, Chiang fue secuestrado durante unos días por el general que mandaba la guarnición, el general Chang Siue-Liang, para forzarle a declarar la guerra a Japón, pero fue liberado tras las manifestaciones de lealtad a su persona que se produjeron en toda China, en parte alentadas por los comunistas decididamente volcados a la tesis del Frente Unido nacional. Y en efecto, como consecuencia, Chiang detuvo la acción anticomunista y comenzaron las negociaciones que, poco después, restablecieron el pacto Goumindang-Partido Comunista de los años 1923-24. En julio de 1937, tras producirse un choque entre tropas japonesas y chinas en los alrededores de Pekín, Japón invadió China, sus tropas ocuparon rápidamente Pekín y Tientsin y, tras operaciones a gran escala, una gran parte de China septentrional. En agosto, nuevos contingentes de tropas japonesas desembarcaron en Shanghai, que tomaron tras dos meses de violentísimos combates: la aviación japonesa bombardeó implacablemente numerosas ciudades chinas. En noviembre, Chiang tuvo que trasladar la capital al interior del país, a Chungkin. Nankín cayó el 13 de diciembre y los japoneses, tras masacrar a unas 200.000 personas, establecieron allí un "Gobierno Reformado de la República China", otro gobierno títere, presidido por Wang Jingwei. Pese a que las tropas chinas que desde 1940 recibirían ayuda británica y norteamericana desde Birmania obtuvieron algunos éxitos parciales; pese a que la guerrilla comunista al mando de Zhu De mantuvo una acción constante contra los ejércitos japoneses en las zonas ocupadas, Japón acabó por conquistar para 1942 una parte considerable del territorio chino incluido el valioso enclave cantonés, en total, un área de casi 2 millones de kilómetros cuadrados con una población de 170 millones de habitantes. No pudo, en cambio, lograr una decisión militar final y definitiva y la guerra terminó por absorberse en la II Guerra Mundial


Tras la guerra, a partir del verano de 1946, el Kuomintang se lanzó a una serie de ofensivas militares contra las bases comunistas en el centro y en el Norte de China. Pero fue un factor político, la corrupción, quien acabó con él. En un momento en que resultaba imposible admitir la vuelta al pasado, el régimen de Chiang Kai Shek lo recordaba demasiado. Aunque la mayor parte de los apoyos de Mao procediera del campesinado, en el mundo urbano se reclutó buena parte de los cuadros de la revolución entre los estudiantes y antiguos miembros del Kuomintang y también se consiguió conquistar a importantes sectores de la burguesía, quizá por la persistente situación de anarquía en la que China había vivido en el pasado. La prolongación de esta situación todavía duró mucho tiempo. Tíbet fue ocupado en 1951 y el Ejército chino llevó allí una represión cercana al genocidio. En el Norte y el Noreste era donde la revolución tenía más raíces y donde Mao había realizado sus primeras experiencias. Acerca del resto de China, Mao llegó a hablar de la existencia de 400.000 bandidos que impedían que el nuevo poder se asentara debidamente. En la provincia de Guangdong, el Ejército libró una auténtica batalla contra combatientes irregulares, una guerrilla de 40.000 soldados. Este fenómeno del bandidismo se mantuvo hasta 1954 y su persistencia revela que se trataba de un fenómeno con raíces políticas. En estas condiciones, no puede extrañar que, a pesar de que Mao siempre fue proclive al predominio de los civiles, el poder revistiera durante bastante tiempo características militares. Mientras tanto, se había conseguido una cierta normalización en otros campos: en 1951 se había conseguido llegar a una tasa de inflación del 15%. Al mismo tiempo, se iniciaba cierto proceso de institucionalización política. En septiembre de 1949, fue creada una Conferencia Consultiva en la que se incluyó a un buen número de personalidades independientes y también a miembros de once pequeños partidos, todos ellos nombrados desde el poder. La República Popular China fue formalmente establecida en octubre de 1949. En un principio, sus líderes se enfrentaron con graves problemas, pero a la altura de 1957 tenían razones para juzgar que el balance de la obra realizada era globalmente positivo. A lo largo de todo ese período, el liderazgo se mantuvo unido, reduciéndose las disensiones a casos excepcionales que luego se comentarán. La proclamación de la República fue concebida, sin duda, como una ocasión para lograr la unidad nacional y la estabilidad largamente ansiadas. Pero esta interpretación del acceso de Mao al poder resulta compatible con la realidad de que existía para el Partido Comunista chino un modelo de socialismo a aplicar con el transcurso del tiempo y que era el de Stalin. La aparente paradoja del caso chino consiste en que un partido llegado al poder a partir de sus propias fuerzas se dedicara, en lo esencial, a imitar a un modelo extranjero. La ayuda soviética no lo explica, puesto que, como veremos, tardó en llegar y fue escasamente generosa. En realidad, los dirigentes chinos nunca adoptaron una posición que pudiera ser definida como de copia servil de la experiencia soviética, pero al mismo tiempo tampoco eran tan originales como en ocasiones se ha dicho. Por ejemplo, la organización de la lucha revolucionaria a través de la guerrilla debe entenderse, ante todo, porque no tenían medios para hacer otra cosa. Deseaban ocupar las ciudades, pero carecían de fuerzas para ello. En cuanto al futuro solían afirmar que "la URSS de hoy es la China de mañana", por la razón de que todos los comunistas del mundo afirmaban algo parecido. Esto no implica que, una vez llegado al poder, el comunismo chino no tuviera rasgos peculiares aun con coincidencias fundamentales. Una característica del comunismo chino fue, por ejemplo, su permanente esfuerzo de movilización popular. A diferencia de la URSS, no hubo en el caso de China ninguna aceptación de las minorías étnicas y brilló por su ausencia una policía política más o menos independiente del poder. Pero quizá la diferencia más sustancial de la Revolución china reside en el papel jugado en ella por Mao como jefe del Estado, a modo de un nuevo emperador. Esta referencia a la Historia china está perfectamente fundada en su caso. Procedente de la clase media alta y con una educación algo superior a la normal, Mao en realidad era un campesino que hasta los catorce años no había vivido en un lugar que tuviera agua corriente o energía eléctrica o en que se publicara un periódico. Por más que su pensamiento estuviera situado en el centro mismo de la ideología del partido comunista chino y conociera o citara el marxismo, en realidad da toda la sensación de que se guió principalmente por la sabiduría popular y el pensamiento tradicional chino o por el ejemplo de los emperadores del pasado. Al final de su vida, ésta difería muy poco de las de aquéllos, incluso en algunas muestras de ignorancia en materias elementales o en algunas aventuras sexuales más o menos extravagantes. Su estilo de ejercer el poder permaneció invariable. Mao servía de árbitro permanente entre las diferentes tendencias del partido observando, en general, las reglas de la dirección colectiva del partido, aunque tuviera una influencia excepcional en su seno. La clase dirigente comunista estaba formada por personas valiosas, compañeros en la guerra civil, que en ocasiones se habían enfrentado a él, lo que no impedía que compartieran el poder, como fue el caso de Chu En Lai. En realidad, Mao no tuvo un muy marcado papel en la dirección de los asuntos del partido ni tampoco en los de Gobierno, apareciendo siempre como una especie de árbitro supremo. En dos decisiones fundamentales tomadas al principio de su régimen -y desde su óptica estricta- consiguió acertar. Aunque el costo de la Guerra de Corea fue muy grande, de hecho proporcionó seguridad y estabilidad a China. Por otro lado, los resultados de la colectivización de la agricultura, a mediados de los años cincuenta, fueron positivos tras ser vencidos los intentos de moderarla, como había pretendido Deng Xiaoping. En esos años, China fue gobernada a través de un procedimiento imaginado por Mao: el Frente Unido. Once de los veinticuatro ministros eran personalidades independientes o pertenecían a otros partidos, pero existía un programa común dirigido hacia el socialismo que tenía como rasgo básico el hecho de que su aplicación no tenía por qué ser inmediata. Durante la primera fase del Gobierno revolucionario, la actuación práctica tuvo en gran medida un carácter descentralizado y regional. Gran parte de los cargos más importantes del PCC estuvo en los primeros años alejada de los centros de poder. Un ejemplo de Gobierno regional fue el existente en el Noreste, que en 1952 aportaba el 52% de la producción industrial. A partir de estas premisas, se llevó a cabo la revolución y, como en todo proceso de este tipo, también en China el terror tuvo un papel fundamental. Lo había tenido ya durante la guerra civil, pero ahora pudo ejercerse de una forma más efectiva, apoyándose en el poder de un Estado que siempre lo ha utilizado otorgándole un papel esencial en la vida china y que ahora fue empleado para destruir el mundo tradicional. El terror también se ejerció, como en el mundo soviético, a través de las purgas internas del partido: entre 1953 y 1954, alcanzó al 10% de sus militantes. Pero quienes lo padecieron fueron principalmente los imaginarios o reales desafectos al nuevo régimen. En el Ejército, muchos oficiales fueron ejecutados, pero los de más alta graduación no sufrieron esta pena sino que fueron empleados para "la educación del pueblo". A partir del año 1951, las purgas se hicieron más duras. En febrero, se adoptó un reglamento para el castigo de los contrarrevolucionarios y se emprendieron campañas sucesivas destinadas a perseguir las disfunciones del proceso revolucionario. Resulta casi imposible ofrecer cifras acerca de lo que supuso el terror revolucionario. Se ha llegado a elevar hasta a cinco millones el número de ejecuciones, mientras que unos diez millones permanecerían en los campos de trabajo o en las prisiones. Como en el caso de otras revoluciones similares, hubo diferentes formas de actuar en el campo y en la ciudad. La revolución se llevó al campo merced a destacamentos enviados por el poder político. Muchos de ellos sufrieron agresiones, hasta el punto de que se ha podido hablar de 3.000 muertes por esa causa. El nuevo liderazgo de los pueblos se entregó a los campesinos pobres o medios, mientras que los mayores propietarios -que, en ocasiones, apenas rebasaban el nivel de la pobreza- eran perseguidos y obligados a realizar actos de arrepentimiento público, cuando no ejecutados. La radicalización definitiva del movimiento se produjo a partir del estallido de la Guerra de Corea. Al mismo tiempo, el programa de redistribución de la tierra supuso la entrega del 43% de ésta al 60% de la población. Casi la mitad de la superficie cultivable, por tanto, cambió de manos y 300 millones de campesinos pobres accedieron a la propiedad o incrementaron su parcela. A continuación, se produjo un esfuerzo de colectivización, pero en 1955 sólo el 15% de los campesinos se había adherido a ella. A la altura de 1956, el proceso colectivizador de la agricultura había concluido. No hubo traslados o asesinatos masivos de "kulaks" -pequeños propietarios agrícolas- como en la URSS, y tampoco una extracción masiva de capital del mundo de la agricultura para transferirlo a la industria. Fue, por tanto, más suave, aunque dio lugar a idénticas resistencias. Deng fue acusado de desviacionismo de derechas por Mao, como consecuencia de haber querido adoptar un camino más pausado, pero no parece que esta cuestión hubiese producido una división propiamente dicha en el seno de la clase dirigente. Algo parecido se hizo, con distintas modalidades, en las ciudades. En ellas, por ejemplo, con preferencia a la celebración de juicios públicos se decidió el establecimiento de comités de barrio, dedicados a inspeccionar el comportamiento de la población. El propósito colectivizador fue idéntico. En 1952, el 80% de la industria pesada y el 40% de la ligera se habían convertido en propiedad pública, pero se mantenía al mismo tiempo el sector privado. Dado que la ligera tenía más importancia, todavía en 1952 el 40% de la producción estaba en manos de propietarios privados. En 1953, comenzaron a aplicarse los planes quinquenales. La ayuda soviética no supuso más del 3% de la inversión, pero a menudo resultó muy fecunda. La URSS envió unos 10.000 expertos y 13.000 chinos realizaron estudios universitarios en Moscú. En lo que respecta a la evolución política a partir de 1953, el régimen insistió todavía más en la sovietización; no en vano, fueron estos años en los que se mostró una mayor proximidad con respecto a la URSS. En 1953, el partido alcanzaba los seis millones y medio de afiliados y creaba múltiples organizaciones de masas, mientras que el Ejército experimentaba un creciente proceso de jerarquización, todo ello siguiendo las pautas de la URSS. En 1954, se aprobó una Constitución que obedecía a idénticos rasgos. El único signo de disidencia estuvo protagonizado por dos dirigentes regionales -Rao Gang y Rao Sushi- y se debió al temor que ambos tenían a que posibles ascensos en la clase dirigente acabaran desplazándolos. En lo que respecta a la política exterior, Mao siempre consideró que precisaba de la colaboración de la Unión Soviética, a pesar del escaso apoyo que recibía de ella. Durante la guerra civil, el único material de guerra que los soviéticos entregaron a los comunistas chinos había sido el abandonado por los japoneses en Manchuria. Aunque Stalin nunca tomó en serio a Mao -le describió como un nabo rojo por fuera y blanco por dentro-, luego aseguró a Kardelj que se había equivocado en relación con la Revolución China y que efectivamente había llegado a convertirse en comunista. En febrero de 1950, se firmó un tratado entre China y la URSS. Por él Pekín aceptaba la cesión de Mongolia Exterior y recibiría una ayuda de 300 millones de dólares en cinco años. A partir de 1956, con la llegada al poder de Kruschov, pareció, en un principio, abrirse una etapa óptima para las relaciones entre ambos países, ya que de inmediato concedió un segundo puesto de importancia a la Revolución China, solamente precedida por la Soviética. A pesar de este alineamiento, China tardó en decidir su propia intervención en Corea. Situó un único y reducido ejército tras el río Yalú, mientras que daba la sensación de estar más interesada en ocupar Taiwan y ni siquiera mantenía un embajador en Corea del Norte. Pero cuando la invasión fracasó y los norteamericanos parecieron llegar a sus fronteras, Mao se mostró partidario de la confrontación con ellos. La Guerra de Corea costó a China 800.000 bajas y un gasto militar equivalente al 40% del presupuesto pero, gracias a ella, consiguió organizar un Ejército moderno y establecer una influencia firme sobre Corea, superior incluso a la soviética. El de Indochina fue otro conflicto que China no creó, sino que se encontró ya entablado, pero que asimismo le sirvió para fortalecer su sistema de protección. En ambos conflictos, el adversario fueron los Estados Unidos. En junio de 1950, el despliegue de la Flota norteamericana evitó cualquier posibilidad de desembarco en Taiwan. Pero esta confrontación no anuló un margen para el acuerdo. En septiembre de 1955, fueron repatriados los prisioneros norteamericanos y, más adelante, se llegó a un convenio con Japón: 1.017 de los 1.062 criminales de guerra condenados fueron devueltos. En relación con el resto de los países asiáticos, muy pronto China empezó a diseñar una política propia. Con India se establecieron relaciones cordiales en 1950, pero en el momento del ataque a Corea se produjo un acercamiento a Pakistán. Ése fue el caso más evidente de coexistencia pacífica, pues China mantuvo la neutralidad cuando la URSS apoyó a la India en el conflicto de Cachemira. Pakistán formaba parte de una de las alianzas fraguadas por los norteamericanos y establecidas alrededor de la frontera soviética. En Malasia, por su parte, la actividad de la guerrilla comunista estaba muy relacionada con China. Pero, en muchas otras zonas del Extremo Oriente, la subversión comunista fue autónoma y Mao las definió como "zonas intermedias", no decantadas entre ambas superpotencias. En 1952, China reunió una conferencia sobre la paz y, además, el primer ministro Chu En Lai suscribió una declaración con Nehru sobre estas materias. Se decidió, por tanto, elegir una vía que se acercase a la posición de los neutrales sin perder la especificidad comunista. Pero, en el inmediato futuro, lo decisivo siguió siendo la evolución política interna. Mediados los años cincuenta, toda una serie de factores, desde la crisis económica a la relajación política y las deficiencias percibidas en el modelo soviético, hacían previsible un cambio político. Pero esto no supuso que la dirección comunista china tuviera una idea clara de la dirección sino que acumuló contradicciones en ella. A Mao la convicción de que la colectivización del campo había sido un éxito le llevó a adoptar una posición de mayor exigencia respecto a la industria: siempre fue partidario de la modernización económica y no de ciertas actitudes utópico-pastorales que se le han atribuido. Por otra parte, el partido había alcanzado ya la cifra de más de diez millones de miembros y eso justificaba la oposición a la burocratización. Aunque Mao de ninguna manera estaba dispuesto a seguir a las masas, nunca dejó de tenerlas presentes. A partir de mediados de los cincuenta, insistió en las contradicciones existentes en la propia sociedad china y en la lucha de clases que se estaba dando en su seno. Pretendió repudiar toda autoridad en el interior del partido, pero pronto se encontró en la alternativa de tener que elegir entre leninismo o anarquía. Así, tendría que recurrir al Ejército, donde publicó su libro de máximas. Idéntica contradicción se dio a la hora de admitir la crítica de los intelectuales. La divisa "Dejar a cien flores florecer; dejar que compitan cien escuelas" parecía significar apertura. Mao llegó a mostrar, incluso, su voluntad de retirarse y en el Congreso del partido desaparece la mención a su doctrina como elemento fundamental dentro de la ideología del comunismo. Luego, en cambio, se convirtió en un protagonista todavía más decisivo de la Historia de China. En lo único que parecía clara la evolución del pensamiento de Mao era en lo relativo a la consideración de que China había dependido en exceso de la imitación de los soviéticos. Por estas fechas, parecía mucho más atraído por la idea de que China tenía muchas ventajas debido al hecho de ser un país pobre y empezó a evolucionar en el sentido de aceptar de forma más clara las enseñanzas del pensamiento tradicional chino. Su evolución contraria al modelo soviético no sólo se explica por motivos de orgullo nacional, sino también por el hecho de que percibía en él graves inconvenientes. Ya en 1956 decía que tenía razón en un 30%, pero no en el restante 70%. Además, repudió el modo en que Kruschov realizó la desestalinización, entre otros motivos por no haberle consultado. Todos estos factores sirven para explicar la evolución de la política china en los años inmediatos.

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