Hasta hace poco tiempo, una serie de referencias geográficas y de ciudades de Oriente Próximo que se han hecho familiares por su presencia en los medios de comunicación, como los Altos del Golán, el río Littani, Sidón, Kuneitra o Beirut, estaban asociadas exclusivamente a unos acontecimientos bélicos recientes como la Guerra de los Seis Días, la Operación Paz en Galilea, es decir, la invasión israelí del Líbano, o la Guerra del Yom Kippur. Sin embargo, tanto Siria como el Líbano fueron el escenario de un episodio, corto aunque intenso, de la Segunda Guerra Mundial, que enfrentó a franceses de Vichy con británicos y franceses libres, apenas conocido a pesar de su interés[1].
En efecto, en la primavera de 1941 el Mediterráneo oriental[2] no sólo distaba de ser un teatro de operaciones secundario, sino que incluso podía considerarse el centro neurálgico de un conflicto que ya había rebasado definitivamente el marco europeo. Tras la conquista alemana de los Balcanes, culminada con la espectacular operación aerotransportada sobre Creta, las escasas fuerzas británicas de Oriente Medio, al mando del general Archibald Wavell, tenían que hacer frente a un conjunto de amenazas y exigencias que superaban los meros aspectos militares. En primer lugar estaba el Afrika Korps del general Rommel el cual, unido a las fuerzas italianas y tras sitiar Tobruk, avanzaba desde Libia hacia la frontera egipcia. Más al sur, en Abisinia, aunque las tropas italianas del duque de Aosta se habían rendido a los generales Platt y Cunningham, jefes de las fuerzas de Sudán y Kenia, respectivamente, todavía continuaban la resistencia en varios núcleos.
En esta situación, para los británicos era necesario garantizar la seguridad de la retaguardia y rematar la intervención en Iraq contra el gobierno de Rachid Alí el Galieni, una plataforma de penetración germana en la zona y un referente para el nacionalismo árabe, cada vez más inclinado hacia el Eje[3]. Por otra parte, el sentimiento antibritánico era un hecho evidente no sólo en Iraq o Irán, sino también en Egipto, donde el Partido Wasf veía con satisfacción los progresos de Alemania. En Palestina, una región en la que los choques entre árabes y judíos persistían entre otras razones debido al estímulo que recibía de dirigentes de conocida inclinación progermana como el Muftí de Jerusalén, Haj Amín el Hussein, y el jefe militar de origen sirio Fawzi al Kaujki[4], el rechazo hacia los ingleses era especialmente intenso. Todo ello exigía un despliegue de tropas encargadas de controlar una región que era vital para los intereses de Gran Bretaña, pues si el canal de Suez era un enlace esencial en el camino hacia la India, el petróleo que llegaba al puerto de Haifa a través del oleoducto que partía de Mosul y Kirkuk resultaba imprescindible para la flota y las fuerzas británicas. A todo ello habría que añadir que otro retroceso de Inglaterra en el Mediterráneo probablemente supondría la entrada en la guerra de Turquía, España y Vichy al lado del Eje, lo cual podría inclinar definitivamente el conflicto en contra de Gran Bretaña[5].
En esta situación la intervención británica en Siria era una posibilidad que no dejaba de contemplarse, sobre todo teniendo en cuenta dos elementos que se unían a la necesidad perentoria de mantener controlada la retaguardia de una región tan vital como la de Oriente Próximo[6]. En primer lugar, estaba la presión del general De Gaulle a favor del ataque a las posesiones de Vichy en los territorios de Levante, una operación que el líder francés comprendía que no podían emprender en solitario las Fuerzas Francesas Libres dada la debilidad de sus efectivos[7]. Además, el fracaso de la operación de Dakar aconsejaba emprender operaciones de carácter lateral bajo la dirección de Gran Bretaña, aunque la desconfianza hacia sus aliados no abandonó nunca al general. Por otro lado, se encontraba el tradicional interés de Winston Churchill[8] hacia la zona del Mediterráneo y Oriente Próximo, demostrado desde sus años de Lord del Almirantazgo en 1915 cuando impulsó la operación de Gallípoli y, posteriormente, reiterado en 1943 con ocasión de la Conferencia de Teherán en que preconizaría el asalto al continente europeo por los Balcanes, zona a la que calificó como el vientre blando de Europa. A este interés del premier hay que añadir los informes del servicio secreto británico tendentes a insistir, si no a exagerar, el peligro de la presencia alemana en Siria. A este respecto, la cuestión de la autorización del gobierno de Petain para el uso de las bases aéreas francesas en Siria y Líbano por parte de Alemania se convirtió en el elemento central para decidir la posible intervención británica. No es extraño, por tanto, que tras los acuerdos adoptados después de la reunión de Berchtesgaden, celebrada en mayo de 1941 entre Hitler y el almirante François Darlan, jefe del gobierno petanista -plasmados semanas después en la concesión para el uso de los aeródromos situados en territorio sirio y libanés a favor de Alemania, teóricamente sólo para ayudar al régimen de Rachid Alí en Iraq- contribuyera a decidir a Churchill, si es que necesitaba algún estímulo en este aspecto, en favor de una rápida intervención en Siria.
En toda esta cuestión resulta fundamental establecer en lo posible las verdaderas dimensiones de la amenaza alemana en el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo para entender el conjunto de razones que impulsaron a Churchill a ordenar la apertura de un nuevo frente en unos momentos delicados. Ciertamente, tras el ataque germano a Creta en una audaz e inesperada operación aerotransportada, parecía justificado el temor existente entre los británicos a un nuevo ataque alemán en la zona al que podían servir de apoyo la Francia de Vichy y sus bases aéreas de Levante. De acuerdo con el presunto interés de Alemania por Oriente y su tendencia a aprovechar las circunstancias favorables para su expansión con un mínimo de costos por el área, se puede entender el razonamiento que sitúa a Siria como un lugar esencial dentro de la política germana. En concreto, sus bases aéreas aparecían como una plataforma idónea para la llegada de los paracaidistas alemanes que, en una operación semejante a la de Creta, podrían establecer una cabeza de puente previa a una invasión que desestabilizaría todo el dispositivo británico en Oriente Medio[9]. Sin embargo, una vez que se comprobó que Alemania tenía otros objetivos, como puso de manifiesto el ataque a la Unión Soviética en junio de 1941, y teniendo en cuenta la debilidad tanto de los efectivos enviados al norte de África en ayuda de los italianos como de los destinados al apoyo de los nacionalistas iraquíes, donde la indecisión destaca como característica dominante de la política alemana, resulta difícil mantener la realidad del repetido peligro de penetración del Eje en el área. Al contrario, casi cabe hablar antes de una actuación de compromiso, a remolque ora de las circustancias ora de terceros, fueran éstos italianos o nacionalistas iraquíes. Sin embargo, y como hemos señalado anteriormente, no se puede negar la existencia de un activo nacionalismo árabe, de intenso carácter antibritánico, deseoso de sacudirse el yugo colonial; ni tampoco la inquietud que causaba a los británicos la presencia en la zona de la Francia de Vichy, muy inclinada hacia la órbita alemana. Tampoco puede pasarse por alto la enorme importancia estratégica de la región o la etapa militarmente expansiva jalonada de éxitos que atravesaba Alemania, para entender los temores de Churchill y la decisión adoptada, aunque no compartida de forma unánime, de invadir Siria en junio de 1941.
Para finalizar este rápido panorama, no se puede olvidar un elemento destacado por el propio Charles de Gaulle[10] y recogido por numerosos autores franceses como es la rivalidad colonial entre Francia y Gran Bretaña. Ciertamente, y a la luz de lo sucedido, es inevitable pensar que los británicos, en el contexto de su lucha contra el Eje, estaban aprovechando las circunstancias del conflicto para intentar sustituir la influencia francesa en el Próximo Oriente.
En la primavera de 1941, las fuerzas francesas situadas en Siria y Líbano a las órdenes del general Henri Dentz, un alsaciano nombrado por Petain Alto Comisario de los territorios de Levante, tenían órdenes terminantes del almirante Darlan, jefe del gobierno de Vichy, de actuar vigorosamente para mantener alejados a los británicos y permanecer atentos a cualquier maniobra que pudiera afectar a los intereses de Francia, incluidas las italo-germanas. Las relaciones entre Gran Bretaña y Vichy en esta época se podían calificar de prebélicas, pues a los numerosos incidentes navales[11], protagonizados por buques de ambos países, había que añadir los aéreos, especialmente importantes después del estallido del conflicto entre el gobierno iraquí de Rachid Alí y Gran Bretaña. Incluso existió una fracasada intervención de un comando de judíos de Palmah dirigidos por un oficial británico que pretendían volar la refinería de petróleo del puerto libanés de Trípoli en mayo de 1941[12]. Los acontecimientos de Iraq iban a afectar muy directamente a los franceses e incluso a determinar en parte los sucesos posteriores. En primer lugar, hay que destacar la presión de Alemania que, tras la citada entrevista de Berchtesgaden entre Hitler y Darlan, obtuvo de Francia una serie de concesiones militares entre las que se encuentran la autorización del uso de los aeródromos de Siria por la Luftwaffe, así como la entrega de material militar francés afectado por el armisticio de 1940 al gobierno iraquí de Rachid Alí. No obstante, todavía existían ciertas distancias entre Francia y Alemania pues, a pesar del bombardeo británico de los aeródromos de Palmira y Alepo, Darlan declinó el ofrecimiento germano de prestar su aviación para defender el territorio francés amenazado, una posibilidad que contaba con el apoyo del general Dentz. Esta negativa obedecía tanto al deseo de Vichy de no provocar a los británicos y de no contribuir a fortalecer las posiciones de los gaullistas, como a la voluntad de mantener distancias con Alemania y conservar el apoyo de los Estados Unidos, cuyos envíos de material y alimentos resultaban fundamentales para el gobierno del mariscal Petain.
Si a los ojos de los británicos no quedaban dudas sobre cual sería la reacción de Vichy en caso de la presencia de los paracaidistas alemanes en Siria, y por lo tanto de la necesidad de intervenir en la zona, a los franceses libres les parecía igualmente conveniente proceder a un ataque en Oriente Medio debido a la necesidad que tenían de contar con territorios que les permitiera dotarse de entidad política. Ésta sería una de las pocas ocasiones en que dos personalidades a menudo tan enfrentadas como Churchill y De Gaulle, iban a coincidir a pesar de la desconfianza mutua. La idea de atacar los intereses de Vichy en Levante aparece ya en septiembre de 1940 cuando Churchill y el general
Catroux comenzaron a estudiar la viabilidad de las operaciones[13]. Por el contrario, la firmeza del primer ministro encontraba un menor eco entre quienes tenían la responsabilidad de ejecutar el ataque. Así, el general Archibald Wavell se oponía a la apertura de un nuevo frente que contribuiría a dispersar unas fuerzas que en esos momentos tenían que hacer frente a numerosos compromisos, expresando sus reticencias a Churchill por el proyecto y por lo que consideraba una intromisión de De Gaulle en los asuntos del Próximo Oriente[14]. El general inglés se inclinaba antes por soluciones de tipo político para evitar la presencia de Alemania en Siria que por una intervención militar, para la cual tenía que retirar tropas de África o emplear exclusivamente franceses libres dados los compromisos que en mayo de 1941 tenían los británicos en Creta, Iraq y Egipto. Paradójicamente y, a pesar de su escaso aprecio por los efectivos gaullistas[15], las quejas de Wavell encontraban en De Gaullle mayor comprensión, pues éste en sus memorias expresa su admiración hacia el general británico, mostrándose comprensivo ante los muchos retos que tenía que afrontar[16]. La contestación de Churchill a los comunicados de Wavell no dejaron lugar a dudas, pues desoyendo sus quejas, le ordenó improvisar la mayor fuerza posible sin que resultase perjudicada la seguridad de las posiciones en el desierto libio. Sin duda, el empeoramiento de la situación de los británicos en Creta y la previsible evacuación de la isla, aligeraba las obligaciones militares de Wavell quien, después de un amago de división, siguió las instrucciones del primer ministro. A finales de mayo el general inglés remitió el plan de la denominada Operación Exportador, nombre clave de la invasión de Siria y Líbano, para la cual se emplearía un conjunto de fuerzas heterogéneas procedentes de distintos lugares, reunidas para la ocasión. Acto seguido Churchill, al tiempo que presionaba para que los refuerzos franceses no encontraran facilidades en territorio turco, ofreció a Turquía colaborar en el ataque a Siria, una propuesta que fue rechazada por el gobierno de Ankara[17].
El primer ministro inglés también se mostró preocupado por la posible reacción adversa de la opinión pública norteamericana ante lo que podía parecer un conflicto entre potencias coloniales, por lo que comunicó a Roosevelt la intención de proceder al ataque contra el territorio francés. El argumento esgrimido por el gobierno británico para justificar su intervención era la presencia de unidades alemanas en suelo francés, así como la pérdida de legitimidad de Vichy como mandatario en la zona al abandonar la Sociedad de Naciones[18]. En este contexto previo a las operaciones hay que incluir la presión ejercida por Gran Bretaña, que desde 1939[19] perseguía un acercamiento al nacionalismo árabe con la intención de evitar su despla-zamiento hacia Alemania, para arrancar a De Gaulle unos días antes de la invasión la promesa de conceder la independencia a Siria y Líbano nada más producirse su liberación. Esta maniobra, aparentemente descolonizadora, permitía a los ingleses efectuar a un mismo tiempo un acercamiento a los árabes así como desplazar a Francia del Próximo Oriente y sustituir su influencia por la de Gran Bretaña.
De acuerdo con lo establecido en el plan de operaciones elaborado por Wavell, el ataque se realizaría desde Palestina y Transjordania hacia el norte, siguiendo tres ejes de penetración[20]:
- El primero de ellos discurría paralelo a la costa en dirección a Beirut, vía Tiro y Sidón, y estaba a cargo de las fuerzas al mando del general John D. Lavarack, constituidas por la 7ª División australiana incrementada con dos batallones de la 6ª División de la misma nacionalidad, pero con una brigada menos estacionada en Tobruk.
- La segunda vía de ataque tenía como objetivo Damasco siguiendo la ruta del ferrocarril que partía desde Amman y estaba encomendada al general William L. Lloyd. Éste contaba con la 5ª Brigada india -procedente de Eritrea, donde había combatido contra los italianos-, reforzada con un batallón de fusileros reales y otros dos pertenecientes a la 1ª División de Caballería británica, así como con las Fuerzas Francesas Libres -formadas por tres batallones, una batería y una compañía de carros, así como unos cuantos aparatos- al mando del general Le Gentilhomme, quien a su vez dependía del general Catroux[21].
- Por último, existía una tercera ruta de ataque central que, partiendo del lago Tiberiades, se dirigía hacia el norte a través de un terreno montañoso en un movimiento doble dirigido a cubrir los flancos de las dos columnas laterales y a colaborar en el avance sobre Beirut y Damasco, respecti-vamente. Este eje de ataque, que se desarrollaba en el medio geográfico más adverso y en la zona que más resistencia iba a ofrecer al avance británico, era también competencia del general Lavarack , quien tenía que dividir sus fuerzas para atender a las dos vías de avance encomendadas. A estas fuerzas había que añadir unas escuetas unidades de voluntarios judíos de la Haganah, cuatro regimientos de Artillería australianos y uno británico, setenta aviones de la RAF, Hurricanes y Gladiator en su mayoría[22], y tan sólo nueve carros que distaban de ser los últimos modelos de Matilda o Crusader. La Royal Navy estaba presente con dos cruceros y diez destructores. El mando supremo de las fuerzas de tierra recayó en el general británico Henry Maitland Wilson. Para finalizar, hay que señalar que Wavell insistía en su plan en la necesidad de emplear medidas políticas pues en el fondo confiaba en que las tropas francesas presentasen poca resistencia e incluso, si llegaban a intervenir los alemanes, se confiaba en que se unieran a los invasores. En suma, el objetivo era evitar el combate en la medida de lo posible, emplear todos los medios de propaganda disponible, y confiar en que el despliegue de fuerzas inclinase a la población local y a la guarnición francesa a favor de los británicos.
Sin embargo, el general inglés erraba en sus cálculos, pues las tropas francesas destacadas en Siria y Líbano estaban determinadas a obedecer las órdenes recibidas y resistir cualquier ataque británico. Lo ocurrido en Mers el Kebir y Dakar, junto a los repetidos ataques sufridos por los barcos y aviones franceses ayudan a explicar el rechazo hacia británicos y gaullistas y la simpatía existente hacia Alemania entre los partidarios de Petain. Las fuerzas del gobierno de Vichy situadas en los territorios de Levante estaban al mando del general Henri Dentz, quien contaba con alrededor de treinta mil hombres repartidos en dieciocho batallones de fuerzas regulares francesas, Legión Extranjera, senegaleses, spahis argelinos y tropas locales. A estas unidades había que añadir ciento cincuenta vehículos blindados, de los cuales noventa eran carros de combate, en su mayor parte Renault 35, y una numerosa artillería que contribuyó en gran parte a retrasar el avance británico. Especialmente eficaz resultó la aviación de Vichy, compuesta por más de noventa aparatos entre los que destacaban los modernos Morane-Saulnier y los Dewoitine D-520, que disputaron con éxito a la RAF el dominio del aire durante las primeras semanas de la guerra. Conviene recordar que este conjunto nada desdeñable de fuerzas aguerridas y expertas debía desempeñar una labor defensiva, a la que colaboraba una geografía desfavorable para los movimientos, especialmente en el interior, así como unas vías de comunicación casi inexistentes y unos puntos fortificados que favorecían la resistencia. La eficacia de esta estrategia defensiva, que sin duda fue uno de los condicionantes de la campaña, demostró que las fuerzas de Vichy tenían unas cualidades indudables para este tipo de guerra, las cuales fueron reconocidas incluso por los británicos[23].
En la víspera del 8 de junio de 1941 en que se produjo el ataque, dos unidades de comandos compuestas por judíos y británicos intentaron tomar dos puentes que habían de facilitar el avance de los australianos de Lavarack. El primero de ellos, al mando de Yigall Allon, alcanzó su objetivo sin tropiezo alguno. Por el contrario, la otra unidad, dirigida por Moshe Dayan, fracasó en el intento perdiendo su jefe un ojo de resultas de las heridas recibidas[24]. Al día siguiente se produjo el triple ataque británico desde el sur acompañado de bombardeos de la RAF sobre los aeródromos sirios y libaneses. La respuesta de Dentz fue aprestarse a la defensa de sus posiciones y evacuar a los alemanes que estaban como consejeros en el territorio francés para evitar lo que podía considerarse una provocación. En los primeros días el avance de los australianos de la 7ª División fue relativamente rápido, ocupando Tiro y llegando a las orillas del río Littani sin excesiva dificultad. No obstante, una audaz acción de comandos ingleses al mando del mayor Geoffrey Keyes, quien más tarde moriría en un ataque contra el cuartel general de Rommel, que tenía como objetivo un puente que permitiera vadear el río, fracasó. Al mismo tiempo, cerca de la desembocadura del río Littani se libraban intensos combates aéreos y navales en los que los destructores ingleses Isis e Ilex fueron alcanzados por aviones de Vichy, mientras que los Swordfish británicos con base en Chipre hundían al destructor francés Le Chevalier. Poco después, las fuerzas del general Lavarack consiguieron vadear el Littani y alcanzar Sidón, aunque con más pérdidas de las previstas.
Más sencillo resultó el avance de las fuerza del general Lloyd hacia Damasco a través de las pistas del desierto, pues sus hindúes y franceses libres apenas encontraron dificultades hasta las cercanías de la capital siria, si se exceptúan las derivadas de las malas comunicaciones y de los ataques aéreos. Como se esperaba, el avance de la columna central a través de los Altos del Golán en dirección por un lado a Kuneitra y por otro a Merdjajoun, en territorio druso, fue más lento y dificultoso, pues a los problemas derivados de la orografía se añadió una feroz resistencia favorecida por el terreno. Paralelamente, el gobierno de Petain enviaba una nota de protesta a Londres por medio de su embajador en Madrid, quien contestó que se debía dejar paso libre a las tropas británicas con el objeto de garantizar su seguridad. Naturalmente, la propuesta fue rechazada[25].
Pasada la primera semana del conflicto, el general Dentz se percató de la debilidad de las fuerzas atacantes y decidió pasar a la ofensiva en los sectores central y costero en los que, casualmente, no había tropas gaullistas. Así, el 13 de junio los franceses lanzaron un contraataque en el que emplearon la mayor parte de sus carros de combate contra los australianos, en las cercanías de Sidón, para aliviar la situación de la ciudad. A pesar de los medios empleados y la energía del ataque, la maniobra fracasó resultando destruidas la mayor parte de las fuerzas de Vichy debido al fuego de la artillería, lo que permitió que los australianos del general Stevens ocuparan Sidón el día 15. Al mismo tiempo, las fuerzas francesas situadas en Merdjajoun resistían los ataques australianos, mientras que en el sector de Kuneitra un contraataque de la Legión Extranjera aniquiló un batallón británico, aunque no se pudo evitar que unos días más tarde la ciudad fuera ocupada por los británicos, quedando de esta forma abierto el camino hacia Damasco.
A mediados del mes de julio, por lo tanto, el frente se había estabilizado en la línea Sidón-Merdjajoun-Damasco, quedando detenido el avance británico. Wavell comprendía que si se quería terminar rápidamente la campaña era necesario emplear nuevas tropas que desequilibraran la situación, pero también era consciente de la difícil situación por la que atravesaba dado que, el mismo día 15 de junio no sólo se conoció la firma de un pacto de amistad entre Alemania y Turquía[26], sino que también llegó la noticia de la derrota de las fuerzas británicas en el paso de Halfaya a manos del Afrika Korps, lo que suponía el fracaso de la operación emprendida por los británicos para levantar el cerco de Tobruk. Sin embargo, y probablemente debido a la presión de Churchill, Wavell decidió mandar refuerzos al teatro de operaciones sirio-libanés, al tiempo que procedió a renovar el mando de las tropas. En concreto, envió dos brigadas pertene-cientes a la 6ª División británica y encomendó la dirección de las operaciones al general Lavarack, relevando al general Wilson quien, situado en Jerusalén lejos de las operaciones y con obligaciones políticas y administrativas, no era capaz de apreciar la situación. Pero la decisión fundamental y la que a la postre decidió en gran parte el resultado de la campaña fue la creación de la Habforce y su empleo en la apertura de un nuevo frente en el este de Siria o, lo que es lo mismo, en la retaguardia del dispositivo francés. Para ello, Wavell reunió en Iraq una columna formada, a partir de la 1ª División de Caballería que había participado en la toma de Bagdad, por los regimientos de Caballería de Wiltshire y Warwickshire, el regimiento de Essex y la Legión Árabe del mayor John Bagot Glubb, futuro Glubb Pachá cuando al finalizar el conflicto pasó al servicio de la monarquía hachemita, así como dos baterías de artillería y nueve vehículos blindados ligeros de la RAF. Estas fuerzas, conocidas con el nombre de Habforce, quedaron listas para intervenir en Siria.
Mientras tanto, el ataque británico se había reanudado en el sector central, donde se decidió intentar esquivar por el sur el saliente Merdjajoun, que resultaba imposible de tomar debido a la resistencia francesa, para dirigirse hacia Djezzin. En este lugar se libraron intensos combates que permitieron a los australianos ocupar la ciudad. La respuesta francesa vino por el aire ya que la aviación de Vichy, que todavía disputaba con éxito el dominio del aire a la RAF, llevó a cabo un severo bombardeo de la ciudad que causó importantes pérdidas a los atacantes. Poco después, Lavarack, nuevo comandante en jefe, decidió romper el equilibrio en el que amenazaba estancarse la campaña ordenando al general Lloyd lanzar un ataque contra Mezze, un lugar clave para la conquista de Damasco. En este lugar, las fuerzas de Vichy resistían con éxito desde casi el comienzo de las hostilidades, al igual que Fort Goybet, una posición guarnecida por la Legión Extranjera que garantizaba la apertura de la carretera que unía Beirut con la capital siria. Tanto a franceses como a británicos no se les escapaba la importancia de esta vía de comunicación, pues por ella tendrían que venir los refuerzos que el general Dentz se apresuraba a enviar en socorro de Damasco. La audaz iniciativa de una compañía australiana y otra de franceses libres, que logró cortar con una barricada tanto la carretera como la vía férrea y resistir el contraataque de Vichy, precipitó los acontecimientos. Primero cayó Fort Goybet y poco después, tras unos duros combates que se saldaron con el aniquilamiento de dos batallones hindúes, Mezze se rindió a los británicos. De esta forma, imposibilitado de recibir ayuda desde Beirut, Damasco quedaba aislado por lo que, el 21 de junio, entraba en la capital siria el batallón australiano del teniente coronel Blackburn. Una vez más la respuesta de los franceses fue encomendada a la aviación. Aprovechando su moderno material y que aún disputaba a la RAF el dominio del aire, los aparatos de Vichy bombardearon Damasco el 22 de junio, una acción que apenas causó daños ni prácticamente tuvo trascendencia, pues coincidió con el ataque alemán a la Unión Soviética.
Aunque la caída de la capital siria suponía un indudable éxito británico y el logro de uno de los objetivos previstos en la campaña, todavía las fuerzas de Vichy permanecían firmemente asentadas en la mayor parte del territorio. Para Wavell y el propio Churchill era evidente la necesidad de desequilibrar la situación, por lo que el mismo 21 de junio se ordenó que la Habforce, partiendo de sus bases en Iraq, atacara a los franceses en una doble dirección. Por un lado, debía avanzar siguiendo la línea del oleoducto que, vía Palmira y Homs, finalizaba en Trípoli; mientras que, por otro lado, tendría que remontar el curso del río Éufrates hacia el norte, en dirección a Alepo y la frontera turca. En esta última línea el avance se desarrolló sin excesivos problemas, excepto los derivados de las malas comunicaciones y de las dificultades logísticas. No ocurrió lo mismo en el sur, pues si hasta Palmira la Habforce apenas había tenido dificultades, en la que fue ciudad helenístico-romana y capital de un efímero reino en el siglo III dC., dos compañías de la Legión Extranjera que guarnecía su fuerte consiguieron frenar durante doce día a los británicos. Esta firme resistencia que, sin duda, disminuyó el efecto provocado por el ataque de la Habforce y permitió que la resistencia del general Dentz se prolongase, obligó unos días más tarde a llevar a cabo una maniobra de flanqueo encomendada a la Legión Árabe[27]. En efecto, con el fin de superar el estancamiento de la columna y asegurar sus vías de comunicación con Iraq, las tropas de Bagot Glubb se dirigieron contra Saba Beyar y Sukhane, dos lugares situados en pleno desierto al norte y sur de Palmira respectivamente, ocupándolos sin problemas.
Mientras se desarrollaban estos acontecimientos en el nuevo teatro de operaciones, los combates más intensos se producían en el centro del Líbano, en el sector de Merdjajoun, donde la eficacia de la táctica defensiva de las fuerzas de Vichy, siendo notable en toda la campaña, alcanzó sus máximos niveles. Aquí, el ataque lanzado el mismo día 21 de junio por la 7ª División australiana se encontró con la ya tradicional firmeza de las fuerzas francesas, bien atrincheradas en lugares estratégicos como Fort Khiam, junto a Merdjajoun. Probablemente los combates más violentos de la campaña se desarrollaron en esta zona durante la última semana de junio, cuando al fracasar el ataque australiano, los franceses respondieron con un enérgico contraataque que puso en peligro todo el dispositivo británico, llegando a amenazar el norte de Palestina. En este caso, la firmeza de la 7ª División junto con la progresiva hegemonía de la RAF permitieron a los británicos, no sin sufrir importantes pérdidas, detener a los de Vichy y continuar la presión sobre Merdjajoun. Por fin, el 29 de junio, tras un fuerte bombardeo, los australianos logran tomar la ciudad con un ataque frontal. Tras la corrección del frente, nuevamente estabilizado por Dentz, el próximo objetivo de los atacantes era obviamente Mazraat-ech-Chouf, antesala de Beirut.
A pesar de que las fuerzas de Vichy retrocedían ordenadamente causando grandes pérdidas a los británicos y consiguiendo mantener sus líneas, la realidad se imponía. Al contrario que Wavell, quien a pesar de todas sus carencias y sus numerosos compromisos pudo enviar refuerzos y renovar sus fuerzas, Dentz contemplaba cómo transcurrían las semanas y no llegaban fuerzas de refresco. Ni el gobierno de Vichy, ni los alemanes, antes recelosos a intervenir y ahora ocupados con sus nuevos compromisos en Rusia, parecían interesarse por el Levante francés, dejando abandonadas a unas tropas que hasta estos momentos estaban resistiendo con éxito el ataque británico. Si en las primeras semanas del conflicto las fuerzas de Vichy eran comparables, si no superiores, en cantidad y calidad a las atacantes, el desgaste sufrido por los duros combates y la llegada de nuevas unidades británicas colocaron al ejército francés en una situación de creciente inferioridad cuya primera manifestación fue la pérdida del dominio aéreo. Este panorama era evidente a medida que pasaba el tiempo, el cual transcurría a favor de los británicos, a pesar de las dificultades crecientes con que se encontraban en el norte de África ante el avance italo-germano. Precisamente, el fracaso de la operación encaminada a frenar el avance del Afrika Korps y socorrer Tobruk fue el causante de que el general Archibald Wavell, quien -parafraseando a Churchill, con el que frecuentemente disentía- tantas obligaciones y retos tuvo y a los que tan hábilmente supo hacer frente, no pudiera ver el fin de la campaña sirio-libanesa al ser destituido por el premier inglés. En su lugar fue nombado el general Auchinleck, el 1 de julio, quien tampoco tuvo mucho éxito en la misión de detener al Afrika Korps. Nada afectó el nuevo nombramiento a los sucesos de Oriente Próximo, pues sin novedad alguna continuó el ataque británico contra unas fuerzas que ya acusaban el desgaste de los combates de las anteriores semanas.
Tras una corta pausa, los enfrentamientos se reanudaron inmedia-tamente en todos los frentes, pues los británicos tenían necesidad de acabar cuanto antes con una campaña que no sólo se alargaba más allá de lo previsto, sino que la presión alemana en el norte de África exigía todas las fuerzas disponibles. Así, el 3 de julio, la Habforce logró tomar Palmira con lo que quedaba expedito el camino hacia el norte del Líbano, y el 8 de julio la 7ª División australiana volvía a atacar en la costa, en dirección a Damur. Paralelamente, el mismo día se inició en el sector central el ataque contra Mazraat. A nadie se le escapaba que era la embestida final contra las fuerzas de Vichy. En los primeros momentos parecía que se iba a repetir lo sucedido anteriormente dada la eficaz resistencia francesa, pero en tan sólo dos días el frente francés se hundió. El 10 de julio, mientras Habforce avanzaba sin apenas encontrar resistencia en dirección a Homs, Damur y Mazraat, cayeron en manos australianas, quedando Beirut a su alcance sin obstáculo alguno.
Dos días después sucedió aquello por lo que Wavell suspiraba antes de iniciar las operaciones: el general Dentz, después de haber internado en Turquía sus barcos y parte de los aviones que no pudieron ser enviados a Argelia y haber mantenido cinco semanas de duros combates, se rendía al general Lavarack. El día 14 de julio se formalizó la rendición con la firma de los Acuerdos de San Juan de Acre por parte del General Wilson y del general Veirdilhac, representando a los británicos y Vichy, respectivamente. Quedó al margen de los acuerdos el general George Catroux, representante de la Francia Libre en Oriente Medio, lo cual revelaba la escasa atención que merecían los gaullistas a Churchill y su intención de que Gran Bretaña sustituyera a Francia en los territorios de Levante como potencia mandataria, aprovechando la promesa de independencia realizada por los gaullistas sirios y libaneses en el momento de su liberación. La inevitable tensión que generó este gesto se tradujo en una firme actitud por parte de De Gaulle, quien no sin esfuerzos, logró el reconocimiento de heredero y depositario de los derechos de Francia en la zona, lo cual suponía un importante triunfo político.
La campaña sirio-libanesa se incluye dentro del marco general de la política británica de Oriente Medio en 1941, destinada esencialmente a mantener el control de una zona considerada vital debido a sus recursos petrolíferos, a su condición de etapa en el camino hacia la India, así como al intento de penetrar en un área de dominio francés. No obstante, es también la expresión de la importancia concedida por Churchill al imperio y de su firme voluntad de mantener el área bajo control, pues las operaciones se emprendieron en unos momentos especialmente difíciles para Inglaterra, con tropas heterogéneas procedentes de otros frentes y contra toda prudencia militar, arrostrando la oposición de parte del Estado Mayor. Asimismo, la ocupación de Siria y Líbano, junto con la de Iraq, puede entenderse como la respuesta de Gran Bretaña a la caída de los Balcanes, al tiempo que como una maniobra encaminada a restablecer el prestigio de Inglaterra entre los árabes, bastante maltrecho tras las derrotas sufridas. Ciertamente, con el ataque contra las posesiones de la Francia de Vichy, los británicos consiguieron asegurar todo el Próximo Oriente, pudiendo a partir de ahora concentrar prácticamente todos sus efectivos en el norte de África. Esta iniciativa se revelará fundamental cuando en 1942 la amenza japonesa en Asia plantee nuevas exigencias a Gran Bretaña, a las que pudo hacer frente con la seguridad de mantener controlado todo el área comprendida entre el Mediterráneo y la India. En concreto, una de las primeras repercusiones del ataque japonés fue la llamada a las tropas hindúes, australianas y neozelandesas para defender sus respectivos países, lo cual suponía para Londres trasladar unas fuerzas que hasta ese momento habían resultado vitales.
En lo que a Alemania respecta, su pasividad contrasta con la aludida firmeza británica. Esta actitud sin duda respondía tanto a su escaso interés por la región, sobre todo si las dificultades que se presentaban a su penetración eran grandes, como a las distancias mantenidas por Vichy ante los ofrecimientos germanos. Probablemente, el carácter colonial que emanaba del conflicto no se le escapó a Berlín, percatándose de que ante los árabes, con quienes Alemania mantenía excelentes relaciones, lo más aconsejable era no aparecer como aliado de una potencia colonial. Por otra parte, el carácter de guerra civil del conflicto y cierto deseo de mantener distancias con Vichy, desataron en Berlín una prudencia poco habitual. En suma, después de lo sucedido en Iraq y, sobre todo, ante la inmediata invasión de la URSS, Siria y Líbano no entraban en los planes alemanes de expansión.
En lo que a Vichy se refiere, lo sucedido representó un duro golpe, pues no sólo vio cómo se perdía una porción más de su imperio, sino que también veía cómo su posición internacional se debilitaba, a la par que se afirmaba la representada por la Francia Libre del general De Gaulle. A este respecto, hay que referirse a la campaña sirio-libanesa como un conflicto extendido que, como sucede en otros que se desarrollan en el seno de la 2ª Guerra Mundial, encubre otros enfrentamientos. En efecto, no sólo se trata como hemos visto de la rivalidad colonial anglo-francesa, es también una manifestación de la guerra civil larvada entre franceses, incluso desde antes del conflicto mundial, entre partidarios de posturas tan antagónicas como las defendidas por Vichy y De Gaulle; es decir, entre soluciones de carácter autoritario o de carácter democrático[28]. Por tanto, el Próximo Oriente, al igual que lo fue Dakar, iba a ser otro escenario de este conflicto entre franceses desarrollado dentro del contexto de la guerra mundial, en el que combatieron directamente y con ardor, gaullistas contra partidarios de Vichy.
Por último, no se puede concluir sin aludir a los sirios y los libaneses, en cuyo territorio se desarrollaron los hechos. En este caso, al contrario de lo sucedido en Iraq, la mayor parte de la población y de los grupos políticos árabes permanecieron al margen del conflicto, sin duda convencidos de que era un conflicto colonial que no afectaba a sus intereses. Hay que recordar que no sólo gozaban de una importante autonomía, sino también que la realidad de su independencia era un hecho a corto plazo.
Para finalizar, sólo queda referirse a la propia campaña. Lo primero que se desprende de su estudio es lo encarnizado de la misma, siendo muy diferente de las operaciones desarrolladas en Iraq, donde el enemigo no era una potencia europea sino un gobierno árabe y un ejército incomparablemente más débil y anticuado que el francés. En primer lugar, hay que señalar la importancia de la aviación de Vichy y el relativamente alto número de carros y blindados con que contaba el general Dentz, por no aludir a la gran eficacia de su artillería, así como a la profesionalidad de las fuerzas de tierra, entrenadas, motivadas y bien dirigidas por oficiales expertos. Ante este panorama y teniendo en cuenta las características de las fuerzas británicas, heterogéneas y con un material en muchos aspectos inferior al francés, no es de extrañar que la campaña resultase más larga y costosa de lo previsto. Resulta difícil valorar si la distracción del norte de África de las unidades británicas empleadas en Siria y Líbano, pudo contribuir a facilitar la victoria de Rommel, pero es indudable que, teniendo en cuenta las circunstancias en que se encontraba Wavell, las pérdidas experimentadas y la dispersión de sus fuerzas no colaboraron a favorecer la estrategia británica.
Por último, queda señalar el carácter colonial de muchas de las unidades empleadas en las operaciones por ambos bandos. Así, los franceses disponían de senegaleses, argelinos y de una unidad tan escasamente metropolitana como la Legión Extranjera, siendo una minoría las fuerzas regulares. Algo semejante sucedía en el bando británico, donde los ingleses tenían comparativamente poca importancia en un contexto dominado por australianos, hindúes, franceses libres y judíos.
En suma, en julio de 1941, una vez finalizadas las operaciones en Siria y Líbano, concluye el efímero protagonismo estratégico de Oriente Medio, al tiempo que se cierra la primera fase de la guerra, comenzando una nueva y generalizada etapa del conflicto más intensa, ahora ya a punto de convertirse verdaderamente en mundial.
miércoles, 6 de diciembre de 2006
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