A sesenta años de Hiroshima y Nagasaki es bueno hacer pausa en la historia. No solo la reflexión sobre los sucesos, por horribles simples, que pueden resumir en un chispazo y múltiples quemaduras, para los que sobrevivieron, y la muerte súbita para los que fallecieron.
Antes la historia de la ciencia es clara en ver en la desintegración del átomo una apertura para el conocimiento de intrincados y velados misterios, así como la esperanza en que la misma ciencia pudiera renovarse, con nuevas alternativas ante tan relevante descubrimiento.
La era atómica, inaugurada ese seis de agosto de 1945, muestra diversos rostros. El primero que observamos en la memoria, desde niños, es el inmenso hongo de luz visto en la fotografía y la historia posterior de los hibakusha, contando su historia al mundo, en esas dos fechas, el seis y el nueve de agosto, como puntos cimeros de sus vidas. Muerte lenta en algunos.
Muerte más larga en el espíritu y la mente de los ciudadanos sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, una vez que se despejaron los nubarrones de la explosión a 600 metros de altura. Se daba así por inaugurada una nueva etapa en la historia de la humanidad, lejana de las eras donde la ciencia y el humanismo, unidos, proponían nuevos cambios para los habitantes del planeta.
Ciento cuarenta mil personas murieron en Hiroshima, setenta mil en Nagasaki, dos cifras impresionantes que marcan un genocidio rápido, producto de las circunstancias de guerra, que ya estaba acabada en otros sitios de la tierra.
Japón estaba a las puertas de la rendición, prevista para el fin de año 1945. Muchos norteamericanos, militares, se opusieron al uso de la bomba atómica. A finales de los años noventa vieron la luz testimonios clasificados, que muestran la oposición de altos estratos de la diplomacia de los Estados Unidos al hecho. La necesidad militar, al fin de la guerra, según los documentos desclasificados, fue para avalar el gasto en la preparación del proyecto y la justificación de amedrantamiento para cualquier potencia que estuviera en ciernes, es decir, que tuviera en proceso de experimentación la energía atómica. En agosto, al lado de la guerra caliente, daba inicio también, la guerra de propaganda y de disuación preventiva.
Karl Jaspers escribió, alrededor de los años cincuenta, un libro maravilloso sobre los problemas éticos y morales del uso de la energía atómica con fines de guerra, previendo una carrera desaforada por el control atómico del mundo, que aun está vigente, según podemos apreciarlo en cables y noticias. Mientras la radiación seguía matando personas, según pasara el tiempo, las víctimas vivían su desgracia casi en el anonimato. No fue hasta los años sesenta en que se pudo conocer el testimonio de los sobrevivientes y algunos otros detalles horrendos, sobre la génesis y uso de la bomba atómica. Antes se había dado por todo el mundo un movimiento contra las armas nucleares, que todavía sigue vigente. Se estableció un equilibrio entre las potencias, principalmente Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, especie de pausa de paz obligada, con frecuentes escaramuzas, pero sin hecatombes posibles. Nacía así, también, la industria de la guerra atómica, por medio de concesiones, contrabandeo de uranio, ayuda solapada entre países para desarrollar la energía de guerra atómica, en una hipócrita diplomacia que buscaba darle una forma civilizada al horror, con máscara de progreso.
Mi generación fue llamada la generación de la bomba, porque muchos nacimos en ese año aciago, e imborrable, en la historia de la humanidad. En el siglo XX murieron casi doscientos millones de personas víctimas de las guerras, las abiertas y la solapadas. Nuestro sentido del duelo por los habitantes de Hiroshima y Nagasaki no oculta los reales horrores del militarismo nipón en Asia, y su vinculación a las Potencias del Eje, durante la Segunda Guerra Mundial. Tampoco tapa los horrores de los campos de exterminio nazis o los gulas de Stalin. Ese siglo ha sido, en la historia, el siglo de los totalitarismos, como bien se enseña ahora. Una época larga de exterminios, y masacres, que se prolonga en el siglo XXI, como herencia fatal del deseo de oprimir y saquear nacionalidades y pueblos del mundo.
Los filósofos y poetas del orbe, entre otros, han analizado en sus letras el horror letal de lo atómico al servicio de la destrucción. También se ha escrito sobre el valor de la desintegración del átomo al servicio de la ciencia y el progreso.
Descubrimiento de la fusión nuclear En 1939 El físico danes Niels Bohr anuncia el fenómeno de la fisión nuclear al comprobar la fragmentación del nucleo del uranio, su comprobación llevará pocos años mas tarde a la aparición de las armas atómicas. ampliar En 1941 George W. Beadle y Edward L. Tatum logran demostrar experimentalmente que cada gen tiene la propiedad de formar enzimas especificas, por lo cual cada juego de cromosomas contendra la informacion para producir determinados juegos de enzimas.
Durante este mismo año comienzan a venderse productos en aerosol; su técnica de envase ha sido inventada en 1926 por el noruego E. Rotheim. Primera explosión nuclear experimental En 1945, el 16 de julio, en las instalaciones militares secretas de White Sands, Nuevo Mexico, en EE.UU. es detonada la primera bomba atómica experimental, de 19 kilotones bajo el nombre clave de Trinity. Pocas semanas mas tarde es arrojada la primera bomba atomica denominada Little Boy sobre Hiroshima. ampliar En 1947 Cecil F. Powell, fisico, ingles descubre experimentalmente el mesón, una nueva subpartícula, confirmando la teoría de Yukawa de 1935.
ADN: el secreto del código de la vida
En 1953 en Inglaterra los científicos James Watson y Francis Crick, hacen público el descubrimiento de la estructura del ADN, la molécula en la cual esta inscripta el código genético de casi todo el mundo viviente, recibirán por ello el Premio Nobel conjuntamente con el británico Maurice Wilkins.
miércoles, 6 de diciembre de 2006
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