Aunque en los últimos siglos España ha sufrido varias guerras civiles, se conoce como Guerra Civil Española a la que estalló tras un fallido golpe de estado contra el gobierno legítimo de la Segunda República Española y que asoló el país entre el 17 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939
La Guerra Civil Española ha sido considerada en muchas ocasiones como el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial puesto que sirvió de campo de pruebas para las potencias del Eje y la Unión Soviética, además de que supuso una confrontación entre las principales ideologías políticas que entonces convivían en Europa y que entrarían en conflicto poco después: el fascismo, la democracia representativa de tradición liberal y los diversos movimientos revolucionarios (socialistas, comunistas, estalinistas y trotskistas, y anarquistas). Los partidos republicanos defendieron el funcionamiento democrático parlamentario del Estado por medio de la Constitución vigente, la Constitución de la República Española de 1931. Los anarquistas defendían la implantación de un modelo libertario. Los nacionalistas defendieron su autonomía. Algunos revolucionarios buscaban implantar la dictadura del proletariado, [1] [2] otros eliminar la coerción de cualquier estructura jerárquica. Muchos militares sublevados y los falangistas defendieron, en palabras del propio Franco, la implantación de un Estado totalitario. Los monárquicos pretendían la vuelta de Alfonso XIII. Los carlistas la implantación de la dinastía carlista, etc. En ambos bandos hubo intereses encontrados.
De hecho, al estallar la Guerra Civil, estas divisiones ideológicas quedaron claramente marcadas: los regímenes fascistas europeos (Alemania e Italia), Portugal e Irlanda apoyaron desde el principio a los militares sublevados.
El gobierno republicano recibió el apoyo de la URSS, único país comunista de Europa, quien en un primer momento movilizó las Brigadas Internacionales y posteriormente suministró equipo bélico a la República. También recibió ayuda de México, donde hacía poco había triunfado la revolución.
Las democracias occidentales, Francia, el Reino Unido y Estados Unidos decidieron mantenerse al margen, según unos en línea con su política de no-confrontación con Alemania, según otros porque parecían preferir la victoria de los sublevados. No obstante, el caso de Francia fue especial, ya que estaba gobernada, al igual que España, por un Frente Popular. Al principio intentó tímidamente ayudar a la República, a la que cobró unos 150 millones de dólares en ayuda militar (aviones, pilotos, etc.), pero tuvo que someterse a las directrices del Reino Unido y suspender esta ayuda.
En cualquier caso, esta alineación de los diferentes países no hacía más que reflejar las divisiones internas que también existían en la España de los años 1930 y que sólo pueden explicarse dentro de la evolución de la política y la sociedad española en las primeras décadas del siglo XX.
Algunos ven en estas profundas diferencias político-culturales lo que Antonio Machado denominó las dos Españas. En el bando republicano, el apoyo estaba dividido entre los demócratas constitucionales, los nacionalistas periféricos y los revolucionarios. Éste era un apoyo fundamentalmente urbano y secular aunque también rural en regiones como Cataluña, Valencia, País Vasco, Asturias y Andalucía. Por el contrario en el bando nacional, el apoyo era básicamente rural y burgués, más conservador y religioso. Sobre todo fueron aquellas clases más o menos privilegiadas hasta entonces, (burgueses, aristócratas, muchos militares, parte de la jerarquía eclesiástica, terratenientes o pequeños labradores propietarios...) que tras la victoria del Frente Popular veían peligrar su posición o consideraban que la unidad de España estaba en peligro.
El número de víctimas civiles aún se discute pero son muchos los que convienen en afirmar que la cifra se situaría entre 500.000 y 1.000.000 de personas. Muchas de estas muertes no fueron debidas a los combates sino a las ejecuciones sumarias, paseos, que ambos bandos llevaron a cabo, en la retaguardia, de forma más o menos sistemática o descontrolada. Los abusos se centraron en todos aquellos sospechosos de simpatizar con el bando contrario; en el bando nacional se persiguió principalmente a sindicalistas y políticos republicanos (tanto de izquierdas como de derechas), mientras en el bando republicano esta represión se dirigió preferentemente hacia los falangistas, burgueses, aristócratas, militares, simpatizantes de la derecha o sospechosos de serlo, católicos y miembros de la Iglesia Católica, llegando a quemar conventos e iglesias y asesinando a trece obispos, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos, 263 monjas y millares de personas vinculadas a asociaciones confesionales o meramente católicas practicantes. [3] [4]
Tras la guerra, la represión franquista se cebó con el bando perdedor iniciándose una limpieza de toda esa España Roja y de cualquier elemento relacionado con la República lo que condujo a muchos al exilio o a la muerte. La economía española tardaría décadas en recuperarse.
Los simpatizantes republicanos vieron la guerra como un enfrentamiento entre "tiranía y democracia", o "fascismo y libertad", y muchos jóvenes idealistas de otros países participaron en las Brigadas Internacionales pensando que salvar a la República Española era la causa idealista del momento. Sin embargo, los partidarios de Franco la vieron como una lucha entre las "hordas rojas" (comunistas y anarquistas) y la "civilización cristiana". Pero estas dicotomías son, inevitablemente, simplificaciones: en los dos bandos había ideologías variadas, y muchas veces enfrentadas (por ejemplo anarquistas contra comunistas en uno, falangistas contra monárquicos y carlistas en el otro).
miércoles, 6 de diciembre de 2006
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